Centauto

El once de febrero de 2010 escribí un texto sobre un término genial: «Centauto». Decía así:

Hace muchos, muchos años, un amigo del que entonces era mi cuñado acuñó un término maravilloso: “Centauto”, refiriéndose a un híbrido perfecto entre humano y automóvil, de tantas horas al día que se pasaba conduciendo.

Hoy me he reencarnado en su monstruo. Son las diez y media de la mañana, voy camino de Konabari, a visitar una fábrica de accesorios textiles. Cuando me he subido al coche, antes de arrancar, he abierto el maletín del portátil y he sacado el ordenador, su cargador para el mechero del coche, los auriculares pequeños que son como conchas sin peso y que se cuelgan imperceptiblemente de la parte superior de las orejas, lo que los médicos llaman el pericondrio tras el hélix, los auriculares diminutos del móvil, la tarjeta pcmcia con el módem edge para conectar a Internet usando un tarjeta sim y por último he sacado el móvil de mi bolsillo izquierdo.

He puesto el portátil sobre mis piernas y he abierto la tapa. Mientras arrancaba he insertado en el lado izquierdo la pcmcia y el jack verde de los auriculares, el rosa del micrófono no lo he enchufado porque no tengo suficiente ancho de banda para hablar por skype. A continuación he enchufado los auriculares del móvil y lo he dejado junto a la palanca de cambio. Me he metido los auriculares del móvil bien adentro del pabellón auditivo y sobre ellos me he puesto los auriculares del ordenador. Una vez que Windows ya está en marcha veo que casi no me queda batería y enchufo el cargador al mechero del coche y detrás del portátil.

Tengo que preparar unas tablas de excel para discutirlas en la fábrica, abro la carpeta de mp3 y me pongo al Kiko Veneno.

Recuerdo perfectamente aquel viaje que hacía a menudo, me encantaba el Bangladesh de 2010. Yendo desde Gulshan, había que atravesar Uttara, Tongi y Gazipur. La avenida del aeropuerto, atestada de tráfico como el resto de las pocas carreteras del país, con coches impecables como el Toyota en el que iba yo y con vehículos desastrosos que parecían sacados de Mortadelo y Filemón, abollados, repintados, con reparaciones hechas con cañas, con trapos, con cuerdas…. Todo eso mezclado con gente y animales que cruzaban indiferentes al tráfico. En fin, se tardaba una hora y media en hacer esos treinta kilómetros.

En aquellos viajes empecé a sentirme centauto, encajado en el asiento izquierdo del copiloto, atado con el cinturón de seguridad, con cuatro cables saliendo de las orejas porque tenía unos auriculares puestos sobre otros, esos cables bajaban por el cuerpo y junto con el portátil y el cargador me unían al coche haciéndome parte de él, haciéndolo parte de mí, pero aún faltaba algo que sentí ayer, casi siete años después.

Marshall McLuhan contaba cómo un martillo en la mano de un hombre se convierte en una extremidad nueva y otros neurobiólogos, hablando sobre plasticidad  neuronal, cuentan cómo el cerebro se adapta, con mágica plasticidad, tanto a miembros de menos como a miembros de más. El automóvil es la extensión del centauto.

Durante una temporada trabajé de copiloto en un camión y mi compañero, que sabía de camiones más que yo, en esas largas rutas en las que hablábamos de todo, me dijo una vez «al camión lo sientes en los riñones». ¡Exacto!, pensé ayer al volante de mi coche sintiéndolo en los riñones, como hago siempre desde aquel comentario y atando todos los cabos: los riñones, la parte baja del tronco, el centauto, McLuhan, la plasticidad del cerebro… Además con la graciosa coincidencia de que quien acuñó el término se llamaba McMilan.

Centauto: Hombre unido por el tronco a un automóvil.