Vylena Vasnik intentando escribir

Vylena Vasnik está sentada delante de su portátil intentando escribir algo. Trabaja de auxiliar de vuelo para la compañía Czech Airlines, pero ella, en realidad, es escritora. Nunca ha publicado nada, pero ella es escritora. Se le ocurrió escribirle un email a Daniela Hodrová, en el asunto puso “escritora en apuros” y lo envió como quien lanza un mensaje en una botella, sin esperar nada más que ver cómo se aleja flotando hacia el horizonte. Pero, sorprendentemente, Daniela Hodrová, la famosa escritora checa, le respondió al cabo de unas horas:

Mi querida Vylena, la respuesta es simple, aunque quizá no sea agradable de oír. Siempre digo que, si revisas la historia de la literatura,  la mayor parte de las novelas se han escrito a las seis de la mañana y en la mesa de la cocina; a las seis, porque a las ocho el escritor o escritora tenía que irse a trabajar; y en la mesa de la cocina porque era la única superficie de la que disponía en su modesta casa. Lo que te quiero decir es que lo que hace a un escritor es su necesidad de escribir. Y eso no te hace un buen escritor, que conste, simplemente te hace escritor. Es decir, escribes porque no tienes más remedio que hacerlo para soportar la vida; y, por consiguiente, siempre consigues escribir, aunque trabajes un montón de horas al día en otra cosa. Si hasta ahora no has escrito, querida mía, o has escrito muy poco, sólo puede deberse a dos causas; o bien verdaderamente NO necesitas escribir para vivir, o bien estás tan llena de inseguridades y de autoexigencias de calidad que te ocultas y justificas en razones externas. Toda tu carta es una larga justificación para no escribir, pero es mentira: podrías haber escrito muchísimo pese a todo. Así que, si de verdad quieres escribir, simplemente hazlo. Hazlo como todos lo hacemos y lo hemos hecho; hazlo durmiendo menos, y saliendo menos con los amigos, y no yendo al cine, y dedicando todas las vacaciones y cada día libre a escribir. Y sé modesta, porque a escribir se aprende escribiendo, o sea que seguro que lo primero será una mierda; pero sé también ambiciosa, y convéncete de que, con trabajo, llegarás a escribir la mejor novela de la historia. Y si no estás dispuesta a ese trabajo enorme y tenaz, pues mejor te olvidas de lo de escribir para siempre y resuelves esa inquietud perenne. Un beso, guapa, y suerte.

Vylena Vasnik se sintió morir. ¡Ella quería dedicarse a escribir y solo a escribir!, pero una de las mejores escritoras de su país le estaba diciendo que probablemente no era una escritora de verdad.

La página en blanco seguía en la pantalla de su ordenador, pulsó dos teclas y cambió al navegador donde tenía abierto Youtube con vídeos que analizaban accidentes aéreos y siguió viéndolos mientras su tiempo se consumía. Tenía cuarenta años, puede que le quedasen treinta y tantos años de vida, unas doscientas treinta mil horas despierta, parecían muchas horas, pero la hora siguiente la empleó viendo Youtube y no escribiendo. Se acostó envuelta en la tristeza que le había provocado la respuesta de Daniela Hodrová.

A la mañana siguiente, muy temprano, salió por la puerta de su casa con el uniforme de Czech Airlines, lo que siempre conseguía que la admirasen discretamente por la calle. El minibús de los empleados la llevó al aeropuerto y, al cabo de un par de horas, se encontraba a bordo dando instrucciones de emergencia a los adormilados pasajeros.

Al recorrer el pasillo revisando los cinturones se quedó de piedra al reconocer, sentada en la primera fila, a Daniela Hodrová.

— ¡Hola, Daniela! —se atrevió a exclamar.

— ¡Hola!, ¿nos conocemos? —respondió la anciana escritora con amabilidad.

— Verá, le escribí un email justamente ayer.

— Caramba, vaya coincidencia, ¿o es que no es una coincidencia?

— Lo es, una coincidencia enorme.

Vylena terminó sus tareas previas al despegue y se sentó en el asiento reservado a las azafatas, justo enfrente de la escritora. Las dos guardaron un respetuoso silencio. El avión despegó y al cabo de unos minutos entró en una tormenta, lo que les impidió iniciar una conversación. Vylena dio instrucciones por megafonía a los pasajeros y, cuando todo parecía la rutina de atravesar una tormenta, un brillante fogonazo iluminó el lateral del avión. Un motor estaba ardiendo. Antes de que Vylena pudiera transmitir instrucciones de calma, una explosión dividió el avión en varias partes.

Caían. Ya no había tanto ruido, solo el viento soplando fuerte contra el trozo de fuselaje que les había tocado compartir. Daniela y Vylena se miraban entre el estupor y el terror, amarradas a sus asientos y sin entender aún por qué seguían vivas y por qué iban a morir al cabo de unos minutos.

Daniela Hodrová, la famosa escritora checa, alargó la mano para agarrar la de Vylena Vasnik, una desconocida escritora checa, y le dijo:

— Esta historia no te va a quedar más remedio que escribirla.

Murieron ciento veintinueve personas. Solo hubo una superviviente, la auxiliar de vuelo y desconocida escritora Vylena Vasnik.

Vylena permaneció veintisiete días en coma y tardó un año en recuperarse de sus heridas, pero desde el primer día que recobró la conciencia, comenzó a escribir.

El libro resultante de aquel accidente vendió más de cien mil copias y se tradujo a quince idiomas. Era una mierda, como bien había vaticinado Daniela Hodrová, pero fue el que le permitió a Vylena entender su vida basada solo en la literatura.