Hechos

Llamo a mi tía por teléfono para que pueda felicitar a mi padre, que yace en una cama del hospital muriendo poco a poco de inanición. Le pongo el teléfono en la oreja, a mi padre, y oigo la voz de ella, que me llega casi imperceptible desde el auricular, dándole ánimos y diciéndole que coma, que es imprescindible que coma para que pueda salir del hospital. Mi padre asiente y ella no le ve porque es una llamada normal, sin vídeo. Le responde con monosílabos, con un hilo de voz, e imagino a mi tía con las lágrimas saltadas porque su hermano tiene voz de moribundo. Yo he conocido a mi padre con voz de vivo, claro, tengo más de cincuenta años, pero es que mi tía, que es su hermana mayor, le ha conocido ¡con voz de niño! Ese niño, setenta y pico años después, se muere en una cama de hospital porque ya no es capaz de seguir comiendo, porque ya no es capaz de seguir vivo.

Después de colgar me quedo sentado en uno de los bancos del pasillo desierto y una enfermera con una diadema con cuernos de reno pasa por delante y, con una sonrisa preciosa, me desea feliz Navidad.